"Quiero una estatua más chula que la de mi padre. ¡Y la quiero ya!":

La plaza de Oriente alberga desde 1843 la más bella estatua ecuestre de Madrid y una de las más excelsas "del Orbe todo", al decir de algunos tratadistas de la época. Fue creada por iniciativa del propio monarca, que quería una escultura similar pero superior a la de su padre, Tal empeño lo materializó el Conde Duque de Olivares, dando la orden expresa de que al monarca se le representara montado sobre un caballo encabritado. y le hizo el encargo a la Duquesa de Toscana, pidiéndole una talla parecida a la de Felipe III, la Duquesa se puso en contacto con el italiano Pietro Tacca y Fernando II de Médicis, duque de Toscana se la regaló al rey de España Felipe IV.

Fue vaciada en bronce por Pietro Tacca (1577-1640) en Florencia entre los años de 1634 y 1640. Representa al penúltimo monarca de la dinastía de Austria montado sobre un corcel brioso en corveta, esto es, en actitud de avanzar apoyado sobre sus patas traseras. 

La estatua fue esculpida en Italia sobre dos retratos realizados para Pedro Tacca por Diego Velázquez, uno a caballo y otro de medio cuerpo. Se contó también con la colaboración del escultor Juan Martínez Montañés, autor del busto del monarca, puesto que a Felipe IV no le gustó el parecido que había logrado Pedro Tacca, Montañés realizó un modelado, que tardó seis meses en terminar, de la cabeza de Felipe IV, pero fue un éxito, el monarca dio su visto bueno y el modelo partió para Florencia, al taller de Tacca donde se terminó el conjunto el mismo año de su muerte 1640 por lo que se afirma que la cabeza de la escultura sería realizada por Ferdinando Tacca, hijo del escultor italiano.

 

Cuando la mirada recorre la superficie labrada por Pedro Tacca, montada primorosamente a piezas roblonadas, aflora el asombro: la textura de la piel del caballo es una, mientras la del cordobán de la silla que monta Felipe IV muestra la rugosidad inconfundible del cuero, pese a ser igualmente metálica.

El rey viste traje militar, portando en una de sus manos la vara de mando, se nos representa, por tanto, al modo de jefe de los ejércitos, con la frente despejada y mirada en lontananza, luce al viento una espléndida banda regia de encaje y empuña guanteletes que imitan al cuero. Los adornos y grecas de flores, cada una diferente de la otra a la usanza italiana de entonces, son de una finura tal que diez orfebres tardaron seis años en cincelarlas todas.  

Para sortear el problema que planteaba su diseño, por su peso, hubo de ser consultado Galileo Galilei (1564-1642),  quien a través de una carta, el pensador italiano dotó a Pietro Tacca de los cálculos para que la deseada imagen de Felipe IV a caballo fuera una realidad: « Necesitaréis más de ocho toneladas de bronce para vuestra obra, ya que la parte trasera ha de ser maciza. La inclinación, ángulos y cálculos para el vaciado os los haré llegar a la mayor brevedad posible. No dudéis que pondré tanto empeño en esta adivinanza como en el más grande de mis proyectos».  Se siguieron las indicaciones macizando los cuartos traseros y ahuecando los fronteros.

La composición es claramente dinámica, generada por una fuerte diagonal que genera el caballo en escorzo. Junto a ella, la figura del rey crea una vertical que estabiliza un tanto la escultura. En conjunto las figuras construyen un aspa al crearse una diagonal contraria entre las patas adelantadas del caballo y el tronco-cabeza del rey.

En ambas figuras se busca la proporción, recurriendo a cánones correctos y el detalle, tanto en los paños como en la anatomía del caballo en la cual se trabaja minuciosamente sus crines, interesándose incluso por detalles tan mínimos como sus venas del lomo o la cabeza.

La estatua y su rey han tenido diferentes emplazamientos, en el Jardín de la Reina en el desaparecido Palacio del Retiro, en el Real Alcazar de Madrid que fue pasto de las llamas y durante el gobierno de Juan José de Austria, la estatua fue apeada de lo alto del Alcázar y colocada nuevamente en los jardines del Retiro, traslado que aprovecho el pueblo para burlarse del valido en un tiempo de peste y carestía, fijando un pasquín en la Plaza Mayor en el que se leía :

¿A qué vino el Sr. D. Juan?

A bajar el caballo y subir el Pan.

Pan y carne a quince y once,

Como fue el año pasado;

Con que nada se ha bajado

Sino el caballo de bronce.

Hasta 1843, permaneció sin cambios, cuando nuevamente fue trasladada, esta vez a su enclave definitivo y subida a un pedestal a instancias de la reina Isabel II, dos lápidas con inscripciones alusivas a la inauguración del monumento lo certifican, dicen que la subieron al elevado pedestal para complicar su derribo y protegerla de las iras populares.

Claro que también se ve dificultada la admiración detenida y próxima de una de las mejores estatuas ecuestres del mundo.

Elevada sobre un monumental pedestal de granito, custodiada por cuatro leones de bronce, con la simbología de dos ríos  Jarama y  Manzanares, representados por ancianos que vuelcan el agua en sendas pilas de dos conchas  superpuestas, y dos bajorrelieves que dan la vuelta al monumento y que representan, uno de ellos  al monarca imponiendo a Velázquez el hábito de la Orden de Santiago y el otro es una alegoría de la protección otorgada por el rey a las artes y letras, se alza la estatua ecuestre de Felipe IV. Este trabajo se debe a los escultores de cámara Francisco Elías Vallejo (1782–1850) y José Tomás (1795-1848), quienes finalizaron el conjunto en el año 1843.

La estatua está dispuesta de tal modo que el rey está mirando hacia el este, hacia el Teatro Real; detrás tiene el Palacio Real de los Borbones.